Era la persona más encantada de haberse conocido a si misma que jamás piso la tierra, tan vanidoso; que por las mañanas al asearse se despedía de su espejo, no sin antes espetarle : "alegra esa cara no vas a ver nada más bello en todo el día".
Cuando alguien se presentaba a el, y por cortesía le decían: "encantado",
él por sus adentros pensaba; tranquilo es normal que así sea.
A parte de engreído, su sed de codicia, y de querer aparentar más de lo que era en realidad, eran rasgos que acicalaban su personalidad.
Pero sobre todo era carismático, “asquerosamente” carismático, menciono lo de “asquerosamente”, porque siempre se valía de la misma, para hacer suyos los fines que perseguía, si los medios eran honestos o no, era algo que no solía tener en cuenta.
Su nombre es Ramón y esta es parte de su historia.
Con veintiséis años recién cumplidos, pocas eran las cosas que le sedujesen que no tuviesen que ver; con el parné, las damas y la velocidad, estos eran sus tres grandes amores y en satisfacerlos dedicaba todos sus esfuerzos.
Con veintiséis años recién cumplidos, pocas eran las cosas que le sedujesen que no tuviesen que ver; con el parné, las damas y la velocidad, estos eran sus tres grandes amores y en satisfacerlos dedicaba todos sus esfuerzos.
Con veinte años trabajo en un taller de coches, esto le reportaba una cuantiosa cantidad de dinero al mes, ya que desempeñaba muy bien su trabajo, pero había algo que le repudiaba hasta decir basta, esto no era otra cosa que vestir de mono, y ganarse el sustento a costa de mancharse de aceites y grasa.
Yo no digo nada, solo escribo lo que Ramón pensaba.
Pronto fue consciente de su carisma y su labia, de las cuales se sirvió para entrar un día en la oficina de su jefe y decirle: ¿no cree usted que ha llegado el momento de no seguir mal empleando mi talento?, llevo los suficientes años trabajando en el taller, pero a mi lo que realmente me gustaría, seria trabajar de comercial en su tienda de venta de vehículos, su jefe asombrado por su templanza y confianza, decidió darle una oportunidad.
Ahora lucia caros trajes, y se codeaba con personas importantes, no todo el mundo puede comprase un Jagüar.
Aprovechando todas sus miserias y virtudes antes mencionadas, se convirtió en el mejor vendedor del concesionario.
Su reputación ante los ojos de su jefe y de sus clientes, aumentaba tan rápido, como su ya de por si engrandecida vanidad.
¡Aaahhh! Olvide mencionar su gran atractivo físico.
Con dinero en los bolsillos, y un buen Jagüar que aparcar, iba de flor en flor y a cada cual más guapa.
Gozando de un buen contrato laboral, decidió comprarse una casa, no penséis que cualquier casa, Ramón estaba acostumbrado a tratar con personas de “buen vivir”, ¿acaso el se merecía menos que ellos? como dije antes, la tentación de aparentar le mataba.
Se compro un ático con una gran terraza, en una de las zonas más “pijas” de la ciudad. Tal vez os estéis preguntando, ¿pues cuanto ganaba?, lo suficiente para vivir muy bien, pero sin estirar más el brazo que la manga, se hipoteco tanto con el banco, que su jersey quedo en chaleco de marca.
Al poco tiempo de estar instalado, por extraño que parezca se enamoro de una guapa muchacha, que vivía del dinero de sus padres, y en sus ratos libres que el ocio pocos le dejaba, hacia como que estudiaba.
La hermosura de la joven le llevaba de calle, bueno mejor dicho de fiesta en fiesta. La joven se dedicaba a satisfacer y probar todos los placeres terrenales o vicios inconfensables.
Cuando Ramón plegaba de trabajar, daba rienda suelta a su ajetreada vida nocturna, ambas cosas nunca caminaron bien cogidas de la mano, por lo que Ramón iba acumulando un cansancio que cada vez se hacia más latente.
Paso de ser atractivo, carismático y de exultante personalidad, a estar ojeroso, sin luz que alumbrase sus tinieblas, y de un mal humor que espantaba clientes a una legua. ¡Si!, pensar mal y acertareis, difícilmente se puede trabajar sin descansar, por lo que Ramón hacia tiempo que acompañaba sus escasos alimentos, con abundantes rayas de cocaína.
Su vida pintaba mal y el desenlace sería fatal.
Sus acuciantes problemas laborales, le llevaron a un despido irremediable, las letras del piso se le comían lo poco, que le dejaba su adicción a la cocaína.
Los pagos se amontonaron y perdió de un solo embargo; piso, coche y dama.
Que nadie blasfeme contra la guapa muchacha, la permisividad y el dinero de sus padres, le permitían vivir la vida que llevaba, cosa que su antes querido y ahora rechazado Ramón, no podía.
Tampoco os extrañéis de la falta de compromiso, los amores forjados en el frenético mundo de la noche, viven por y para la diversión, si esta cesa; ¡¡cambio de pareja!!
La fiesta no puede decaer… debe continuar.
Ramón se abandono por completo y pasó a dormir en la calle, exhausto y desesperado intento poner fin a su vida, en ello estaba cuando alzando la mirada, de la sobredosis de analgésicos que iba a ingerir, vio a un hombre de figura esbelta y negra sotana.
Le miro a los ojos, encontrando en ellos la ternura, el amor y el perdón que nunca se tuvo a si mismo, avergonzado lloro como un niño y tan desgarrador fue su llanto, que entornando los parpados, acabo en desmayo.
Al despertar, se hallaba en un pequeño cuarto, cuatro paredes lisas y sin cuadros que la adornasen, tan solo un crucifijo acompañaba su estancia.
Antes de poder incorporarse, la puerta se abrió, el semblante se le mudo, al ver a la persona que creyó vislumbrar, antes de intentar pasar a mejor vida.
Hola soy Juan, ¿qué tal te encuentras?, atolondrado todavía, consiguió despegar sus agrietados labios, para decir un simple… mejor, estoy mejor, gracias.
Eso es bueno llevas varios días durmiendo, tras esta puerta tienes un baño donde asearte, te espero fuera para comer, van a dar las dos de al mediodía.
El agua tibia de la ducha recorría su cuerpo, y aclaraba a duras penas su maltrecho pensamiento, se seco y tímidamente se miro en el espejo, largo tiempo que no lo hacia, la última vez que vio su reflejo, en mil pedazos salto el cristal del espejo.
Cuando salio, Juan le esperaba, con un; vamos, vamos, tendrás hambre, salieron a la calle. Se sentaron en la mesa de un restaurante cercano, donde trataban a Juan con sumo cariño, servida la comida, reinaba un silencio absoluto entre los dos, después de acabar con el primer plato, Ramón le dijo; ¿por qué lo has hecho?, Juan con ojos compasivos le contesto, ¿a que te refieres, a invitarte a comer o a llegar a tiempo para impedir que acabases con tu vida?, a todo, ya sabe de que estoy hablando.
Pues la verdad es que necesito de tu ayuda, ¿de mi ayuda? preguntó sorprendido Ramón, ¿en que podría yo ayudarle, acaso no ve el estado en el que me encuentro?; claro que te veo, pero aunque tu aspecto resulte a día de hoy bastante deplorable, el tiempo y la voluntad, hacen milagros, si quieres haremos un trato, ¿ficti, ficti? Te explico: "como habrás podido observar soy sacerdote, estoy instalado en el piso donde has despertado, mi dedicación es dar cobijo a los pobres, gestiono un albergue y comedor para personas que al igual que tú, han acabado en la calle, tenemos plazas para unas cuarenta personas, y aunque me ayudan voluntari@s, me vendría bien que tú colaboraras".
Ramón le miro y le dio las gracias, a lo que Juan riendo dijo: "¡gracias!",
ya me las darás más adelante si es que no cambias de opinión, el silencio se adueño de los dos y acabaron de comer.
Desde un primer momento Juan deposito toda su confianza en Ramón, le dio las llaves de la furgoneta, y le guió hasta donde tendría que ir a buscar los alimentos, que el Estado o las Comunidades Religiosas les donaban.
Nunca antes había madrugado tanto, todos los días a las seis de la mañana salía del piso de Juan, a las siete todo debía estar listo en el albergue, el desayuno se daba a las ocho.
Era cierto la faena era mucha, los voluntari@s se afanaban, pero había tantas cosas que hacer.
Dar sustento alimenticio a los pobres, hacer que se duchasen, cambiar y limpiar las ropas, ordenar las habitaciones, curar pequeñas heridas, atender a los más enfermos. El albergue estaba muy bien dotado en todos los aspectos; duchas, camas, ropero, comedor, enfermería, incluso buscaban trabajo para las personas que atendían. Juan se dedicaba sobre todo a hablar, y ayudar a las personas que sufrían de dependencias, al alcohol o cualquier otra sustancia.
Los días iban pasando y Ramón disfrutaba tanto que salio de su ensimismamiento, sin apenas darse cuenta se obro el milagro, su cuerpo volvía a rezumar energía, el brillo de sus ojos irradiaba alegría, se entregaba tanto a los demás, que las muestras de cariño le llovían hasta calarle.
Un día estaba cenando con Juan cuando este le dijo; ya estas recuperado, quiero que sepas que nada te debo, ni nada me debes, ¿tal vez haya llegado el momento, de que vuelvas a recobrar la parte buena, de tu anterior vida?
Nunca antes habían hablado sobre este tema. ¡Mi vida!, exclamo Ramón, se le quedo mirando fijamente y abriendo de par en par las puertas de su alma, comenzó a hablar apasionadamente; yo no tenia vida, corría detrás de ilusiones y diversiones, todo me parecía poco, y las ansias de poseer personas o propiedades, o de aparentar más de lo que en realidad soy, fueron las que llevaron al traste mi vida, cuando nos encontramos yo por dentro moría, y gracias a ti, he descubierto lo que significa la felicidad, en este tiempo se podrá pensar que he ayudado a muchas personas, pero la verdad, es que son ellas las que me han ayudado a encontrarme a mi mismo, desde que estoy en el albergue no echo en falta nada, como te digo soy muy feliz.
Juan, blandiendo una enorme sonrisa, le dijo :"me alegra que pienses así, pero he pensado en pagarte una pequeña cantidad de dinero por lo que haces, se que no es mucho, simplemente te llegara para darte unos pequeños caprichos; ir al cine, al teatro, salir a cenar con alguien, creo que aun no te has dado cuenta, que puedes cenar con alguien que no siempre sea yo", con una picarona sonrisa enmudeció la cena.
Juan era un sacerdote, que había pasado muchos años de su vida en recogimiento; orando y meditando, ambas practicas le habían dotado de un carácter intuitivo, capaz de ver más allá, de donde la mayoría de mortales pueden atisbar.
Juan era un sacerdote, que había pasado muchos años de su vida en recogimiento; orando y meditando, ambas practicas le habían dotado de un carácter intuitivo, capaz de ver más allá, de donde la mayoría de mortales pueden atisbar.
El día que encontró a Ramón, no vio a un desgraciado intentado huir de la vida, si no una vela cuya llama se extinguía, pidiendo a gritos sordos ser avivada, tampoco halló a una mala persona, simplemente alguien que se había perdido por no entenderse a si mismo, tan solo necesitaba; dulzura, cariño y que alguien le enseñara, que existían otros rumbos que tomar, donde abrazar la felicidad que siempre le fue esquiva.
También desde que Ramón estaba recuperado, había observado que Sonia, una de las voluntarias que acudían al albergue, con el único propósito de darse a los demás a corazón abierto, sentía algo más que simpatía por él.
Pero esto Ramón aun no lo ha descubierto, tal vez cuando lo descubra, me susurre entre desvelados sueños como continua su historia.
Hola hola amigo, muy chulo como siempre. 1 abrazo, chao, chao.
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