La historia de un pececito que no sabía nadar.
Erase que se era, un pececillo en su pecera.
Que no, que paso, que no voy a escribir cuentitos infantiles, y menos sobre peces que no saben nadar.
Lo primero , porque no, porque yo tengo un trato con los peces, ellos no me comen, yo no me los como a ellos. Y además, ¿Qué narices voy a contar de un pez que no sabe nadar? , ¿Qué hago, le pongo manguitos? , ¿en donde , en las aletas? . ¿un flotador? Pues tampoco, porque necesita estar con la cabeza en el agua... vamos, que paso a otro tema y dejamos al pez que se busque la vida.
Un señor, venga, sí, un señor que vivía en una casa. bueno, hasta ahora nada nuevo.
Un señor llamado, Leopoldino , al que la gente llamaba Leo , vivía en medio del campo, en una preciosa casa de color blanco.
La típica casa que se dibuja de niño, con su cerca, chimenea, arbolico , camino, vamos, una casa.
Vivía solo desde que le dejó su mujer, hace ya , muchos muchos años, con la compañía de Tú , un pequeño y feo perro , al que Leo llamó Tú , le decía, Tú, a comer, Tú, siéntate, Tú dame la patita y Tú, obediente él , comía, se sentaba o daba la patita.
Leo llevaba una vida tranquila, ya jubilado, tenía un pequeño huerto, en el que crecían 4 lechugas y unos tomates. La verdad es que apenas le hacía caso, porque nunca le había gustado trabajar en el campo.
Leo fue tornero fresador, una profesión, que la verdad nunca he sabido muy bien en que consiste, pero que tiene un nombre muy bonito, muy rimbombante, "tornero fresador", no digáis que no mola.
Y cuando se jubiló, decidió pasar el resto de su vida en esa casita, que veía día tras día al ir y volver del taller donde trabajaba.
Estaba a medio camino de dos pequeñas ciudades, y a Leo no le gustaba ninguna de las dos.
Ni la que vivía antes, porque le recordaba a su vida anterior, a su mujer, a sus amigos, a su barrio, y era algo con lo que había roto.
Ni la otra, la de su trabajo, una ciudad sombría, donde solo había empresas, talleres, tiendas, polígonos, una ciudad fea, que por la noche y los festivos se quedaba sin vida.
Por eso era feliz en su casa, en Villa Leo que decía él, allí con Tú, su feo pero cariñoso perro, su mecedora, su porche y los pájaros asquerosos que no le dejaban dormir la siesta y se le cagaban por todo y a los que Leo odiaba con todas sus fuerzas.
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