Erase que se era, una historia triste de una pantera.
Una pantera negra, preciosa, fuerte, feroz, a la que todos
admiraban por todo ello, era el animal más triste de la selva.
La pantera se levantaba todas las mañanas muy temprano, y
salía a caminar muy muy despacio por la enorme selva donde vivía, una selva en
la que los animales eran felices, jugaba, saltaban, corrían, reían, todos menos
ella.
Ella no podía hacer nada de eso, porque estaba triste, muy
triste.
No le gustaba tener que cazar a otros animales para poder
comer, aunque sabía que tenía que hacerlo, todas las panteras lo habían hecho siempre,
desde el comienzo de los tiempos, porque no había un mercaselva donde poder
comprar.
La pantera negra, a la que todos llamaban Tristona, y de la
que nadie sabía su verdadero nombre, iba hasta casa de sus padres, unos padres
muy mayores y que vivían cerca de la cueva de, vamos a llamarla nosotros
también así, de la cueva de Tristona.
Tristona iba siempre que podía a cuidarlos, aunque ellos
jamás se lo agradecían, Tristona se esforzaba mucho en que sus padres
estuvieran bien cuidados, que no les faltase de nada, pero seguía estando triste,
aun sabiendo que estaba haciendo todo lo que podía.
Tristona les llevaba comida, los acompañaba, les arropaba
... pero no conseguía quitarse de encima esa tristeza que le perseguía desde
hace tiempo.
Necesitaba escuchar palabras bonitas y solo escuchaba reproches.
Una mañana, cuando Tris (así la llamaban sus amigas, aunque
últimamente no tenía tiempo de estar con ellas), estaba en la puerta de la
cueva de sus padres, escucho un ruido tras unos matorrales.
Se puso en guardia, entrecerró los ojos para ver mejor y
fijando mucho más vista, pudo observar dos puntitos brillantes y temblorosos
que la observaban.
De un salto, nuestra pantera negra, llego hasta esos ojitos que no dejaban de temblar y allí descubrió un pequeño conejo, también tembloroso, que forzando una sonrisa le dijo:
- Hola
Tristona, lo miró sorprendida, hacía tiempo que nadie se
atrevía a hablarle, ni siquiera a saludarla.
- Hola, ¿Quién eres?
Preguntó Tris
Pero el conejito salió corriendo sin decir una palabra...
Tris, se quedó mirando al conejito mientras se alejaba.
Otros días, porque los días para Tris eran casi todos
iguales, a trabajar, cazando por las mañanas y por las tardes a cuidar de sus
padres, Tris salía a la puerta, con la esperanza de ver de nuevo a esos
pequeños ojos temblorosos entre los matorrales... pero nada.
Hasta que un día, el conejito apareció en su puerta,
sonriendo, le dijo a Tris:
- Hola, soy "tus sueños."
Tris no lo entendía.
- Sí, en realidad no existo, solo en tu cabeza, soy
"tus sueños”, lo que tú quieres hacer, pero no haces.
Tris seguía callada mirándole sin entenderlo...
El conejito, dio media vuelta y desapreció.
Tris seguía su monótona vida, hasta que un día de camino a
casa de sus padres se encontró una tortuga.
La tortuga se escondió en su caparazón, y Tris la miró con
curiosidad.
Tuga, que así se llamaba la tortuga, salió poco a poco del
caparazón y con un hilo de voz le dijo a Tris:
- Hola, soy Tuga y busco trabajo.
Tris, apenas la oía, seguía mirándola con curiosidad,
porque nunca había visto ninguna tortuga tan grande, ni tan de cerca.
Tuga repitió:
- Hola, soy Tuga y busco trabajo, cuido cachorros, a
mayores, cuido a quien sea, me encanta cuidar a la gente. Llevo muchos años
haciéndolo.
Tris, entonces le dijo:
- Ven conmigo...
De repente, el pequeño conejito apareció, se subió a la
tortuga y los tres se dirigieron a casa de los padres de Tris.
Una vez que llegaron, se pusieron todos a hablar muy
animados, a los padres de Tris les cayó genial Tuga.
A partir de ese día, Tris iba a casa de sus padres,
hablaban, jugaban a las cartas, reían, como nunca habían hecho.
Y Tuga los cuidaba, siempre, con una sonrisa.
Tuga había sido lo mejor que les había pasado a todos desde hacía mucho tiempo. Había tardado en llegar, porque las tortugas son muy lentas, pero siempre llegan a su destino.
El conejito, los sueños de Tris, empezaba a aparecer más a
menudo, aunque solo miraba desde la distancia, aunque con el paso del tiempo,
cada vez estaba más y más cerca de Tris.
Era como una sombra, que le acompañaba, sin decir nada,
Tris sabía que estaba ahí, que cada vez estaba más cerca de alcanzarlo,
Poco a poco, Tris empezó a sentirse mejor, y cada día el
conejito, sueños, estaba más cerca.
Pasó el tiempo, y Tris ya no veía al conejo, porque lo
tenía tan cerca que casi lo pisaba.
De repente, un día que estaban jugando su partida a cartas,
los padres de Tris, Tuga y la propia Tris, se dio cuenta que el conejito había
desaparecido, porque Tris ya no tenía que perseguir sus sueños, que no eran
otros que ser feliz y ver felices a sus padres.
Tris dejó de ser Tris, para convertirse en Cris, diminutivo
de Cristal, un cristal que brillaba y hacía brillar al que estaba cerca.
Porque a veces los sueños están cerca y a la vez muy muy
lejos, y a veces, hasta se cumplen.