Este relato que os voy a contar, sucedió años atrás, sorprendido me he quedado al rescatar dichos recuerdos de mi memoria, ya que han transcurrido ocho años. Es la historia de una amor o una pasión, que es en lo que se convirtió lo que parecía una simple afición. En aquel entonces yo era practicante de Yoga, acudía diariamente al centro donde hice muy buenos amigos, un día Eduardo uno de ellos me pregunto; ¿has montado alguna vez a caballo?, a lo que yo le conteste que no, ¿te gustaría probar a ver si nos gusta?, esta vez el no, fue un si, para mi era una nueva aventura, ya que mis practicas físicas, nunca habían sido a lomos de un animal tan bello. La noticia corrió como la pólvora entre los compañeros del centro y se apuntaron otros amigos; "la feica" mote cariñoso que le puse a Marta y Juanjo. Ambos sabían montar a caballo, aunque Marta no podía hacerlo debido a una hernia discal, de la que había sido operada recientemente, y Juanjo que si que podía, pero que se mostró reticente al principio, debido a que años atrás, monto un caballo con frenos "ahí va ese", y cuando freno "ahí fue ese", que no era otro que Juanjo, dándose de bruces contra el suelo, partiéndose los dos brazos. Como la idea nació de Eduardo, en el depositamos nuestra confianza, para encontrar una yeguada apropiada. Nos apuntamos los tres a la Yeguada Aragón, el primer día que fuimos, la frase "el mundo es un pañuelo" cobro vida, el mozo de cuadras era intimo amigo de Juanjo, anteriormente había sido Cabo Primero de las C.O.E.S., pero dejo las mismas después de un accidente fortuito, que desencadeno la explosión de una granada, que le dejo quemaduras en un brazo, ellos se conocían por que el padre de Juanjo era militar (obviare su graduación), pero eso no es todo, por que su Sargento de las C.O.E.S., no era otro que Paco, yerno de Pilar la maestra de Yoga. Después de las risas y abrazos, en las que derivo este reencuentro, nos presentaron a Enrique, el que sería nuestro profesor. El primer día estábamos "acongojados", por no decir otra cosa, por que un animal de 500 kilos impone lo suyo, pero como todo en la vída consiste en paciencia y dedicación. Nos enseñaron los nombres de los enseres para la monta, a lo que yo como siempre, cambie por unos propios. Los estribos pasaron a ser "pedales", la cincha "cuerda", el cabezal "cacharro de la cabeza", las riendas y la montura las deje como estaban. Primero confianza, para ello te enseñan a entrar despacio en la cuadra, "armado" con un cepillo en la mano para limpiar al caballo, luego aprendes a colocar la montura completa, y sin montar en el caballo, dimos una vuelta llevándolo sujeto de las riendas, esto fue el primer día, luego estuvimos viendo como montaban, los avezados jinetes y amazonas que allí se encontraban. Desde abajo y viendo la armoniosa fluidez, con la que la gente que sabe, monta a caballo, parecía lo más fácil del mundo. Pero... anda, anda, cuando estas arriba todo cambia, la verdad que es muy difícil aprender a ser un buen jinete. Estuvimos yendo unos dos años por la mañana, casi todos los fines de semana, también solíamos ir a almorzar con los nuevos amigos de la yeguada y algunas tardes acudíamos con el único propósito de estar en contacto con el campo, pasear entre las yeguas preñadas, acariciar a los nuevos potrillos, o ver como "Absolutt" semental de la yeguada, se dedicaba a aumentar su prole; charlábamos con los veterinarios, vimos como cambiaban las herraduras, como se realizaba la castración de los machos, incluso el semen que se preparaba para vender, a través de un microscopio, también acudíamos a eventos hípicos, en fin, vivíamos con ilusión el mundo que rodea al caballo. Montar a caballo como he dicho anteriormente es muy difícil, pero cada día que pasa ganas en confianza y sabes hacer más cosas; del paso pasas al trote, del trote al galope y del galope a salidas por el monte, con un nutrido grupo de compañeros. Para mi esto era lo más divertido, cruzar la vía del tren a lomos del caballo, trotar en la chopera, atravesar riachuelos, y galopar a toda "castaña" por los caminos. No llegué a ser un buen jinete, bueno mejor dicho, no llegué ni a ser medio jinete, pero en ese tiempo goce como un "enano", de esta experiencia tan maravillosa, que te brinda el poder montar a lomos, de un animal tan bello y majestuoso como es el caballo; un animal rebosante de energía, poseedor de gran sensibilidad y curiosamente muy miedoso. Aprendimos mucho sobre caballos y de sus propiedades curativas, que fueron descubiertas por los griegos, no era extraño ver a niños disminuidos visuales, disminuidos síquicos o autistas, beneficiarse de la hípica terapia. Pero nada en mi vida permanece para siempre, y esto no iba a ser diferente, el desencuentro de esta pasión y amistades, es el encuentro de las pasiones y amistades del presente. Pero este relato es como un "azucarillo", que dulfica mi recuerdo y a veces rescato de mi escasa memoria. El caballo que yo montaba se llamaba "Meteoro", era un pura sangre que no valía para competir en salto. Transcurridos unos años, volví a la yeguada y salude a los amigos que allí había dejado, fui a las cuadras a ver a "Meteoro" pero no estaba, pregunte por el, y me dijeron que tuvo que ser sacrificado. Una noche de tormenta se asusto, he intento saltar la cerca en la que se encontraba, partiéndose una pata. Era cierto... no sabía saltar.
No todos los relatos tienen un final feliz. Aun así, si podéis montar a caballo, probar por curiosidad, tal vez encontréis la pasión que yo guardo en el armario, junto al casco, botas y pantalones de hípica.
Como siempre, chao, chao.
Hasta otro día teclas en la que os contaré más cosas
joer, para un alguien que deja su opinión y dice que es un rollo, ains que joderse, je je je.
ResponderEliminar1 abrazo amigo, chao chao.
Uno no, 4 rollos, jejeje
ResponderEliminarMe parece que me vas a hundir, jajaja